sábado, 14 de noviembre de 2009

Primer boceto de Kanpekiel

Mi historia comenzó hace ya mucho tiempo, tanto que no creo que al lector le interese saber los inicios de un simple Ángel como yo. Mi nombre es Isieldel, miembro de la Orden Miguelita, pero ese nombre ya está en desuso, pues hace años que no lo uso. Isieldel murió hace mucho tiempo, murió en el mismo momento en el que su compañero, amigo y mentor dejó este mundo a manos de un enemigo de Dios. El joven e inexperto Isieldel murió ese día con él y entonces se volvió más severo, más inteligente, más poderoso.

Yo iba a ser el elegido para una misión de escasa relevancia. Mi objetivo era claro, dirigir a una compañía hacia una tierra herética, para una tarea mundana, al fin y al cabo, acabábamos de ser nombrados mensajeros de Dios. Nuestra tarea no debía ser tan peligrosa, no era nada del otro mundo, pero la Santa Iglesia pensó que sería adecuado que tres humanos, miembros de la Orden de los Templario Negros nos acompañasen. No sabía entonces de lo que era capaz un humano.

Para mí el mundo era blanco o negro, si más matices. Blancos éramos nosotros, los elegidos de Dios, los verdaderos enviados por el Señor para liberar y curar a sus creyente de las herejías, el pecado y la blasfemia. Negros eran el resto. Tanto humanos, débiles proclives a desertar para las filas del Caído, como engendros, criaturas del Maligno para acabar con la poca vida que quedaba en nuestro mundo.

Las cosas no pudieron salir peor. Una compañera de la Orden de Ramiel cayó en la batalla, por mi estupidez, por mi mal mando. Nunca debí haber encabezado ese grupo, aún no estaba preparado y, quién sabe si mientras escribo estas líneas lo estaré. Al final, tuve que culpar a alguien, y no fue otra que la más débil del grupo mi objetivo. Ahora me arrepiento de esa acción.

Todo es por esa niña, esa inocente que decidirá el rumbo del mundo.Y nosotros tuvimos que encontrarla. Todo fue de mal en peor. Pero los humanos pudieron controlarla, incluso formar lo que ellos llaman "familia", un concepto humano que ahora que me encuentro lejos, realmente echo de menos.

Pues yo tengo padre, no soy un enviado más, soy el hijo de uno de los grandes ángeles. Hijo del Arcángel Miguel, hijo de un ser tan poderoso que los demonios lo temen. Pero no estoy a su altura, ni mi presencia, ni mi liderazgo. No soy lo suficientemente bueno.

Ese día fue el peor que recordaría hasta poco tiempo después.

Un inquisidor ¡un inquisidor! ¿Por qué a nosotros nos tuvo que pasar? ¿Por qué mis dones tuvieron que fallarme en ese momento? ¿Acaso os he fallado padre? ¿Acaso os he contrariado señor?

Un humano, un humano llamado Duncant fue el precio de mi fracaso. Nadie en el grupo se comportó igual después de eso. Ninguno podía mantenerse igual. Muerto él o no, éramos traidores y, por si no tuviésemos problemas, teníamos con nosotros a la llave que determinaría el rumbo a seguir.

Los enviados del caído se encontraron con nosotros, nos tentaron. Pero no podíamos caer, aún no. Pero mi camino estaba claro, debía acabar con la raíz de la corrupción en la Tierra, aquél que mentía al mundo, debía acabar con el "elegido de Dios".

¿Cómo pude pensar eso?

La última vez que vi a mis compañeros no fue un motivo alegre, incluso mi férrea coraza se destrozó durante un instante. Otra de nuestras compañeras, pertenecientes a la Orden de Gabriel cayó, cayó por la mano de la Iglesia. La Santa Iglesia que destruye a sus mismos enviados. ¿Por qué Dios permite todo eso?

Mi objetivo estaba claro. Debía aprender. Debía conocer cómo poder combatir a mi enemigo: el mundo. Todos son mis enemigos y no tengo lugar a donde escapar, donde refugiarme. Esa noche, tras despedirme de los que serán siempre mi compañía, Kanpekiel murió de nuevo.

Kanpekiel, aquél que nunca existió realmente, aquél que fracasó como líder, aquél que nunca debería haber nacido.

Isieldel salió de ese cadáver, para volver a empezar. Un nuevo comienzo del que saldrá un verdadero enviado.


Cuaderno encontrado en el Norte de Europa

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